En su visión nacionalista, la derecha de Meloni apunta a reforzar la identidad cultural transalpina hasta el punto de apostar por honrar figuras políticas como el comunista Antonio Gramsci.
Leer sus apellidos en una misma frase no es algo habitual. Por eso, la prensa y la opinión pública transalpina, en los últimos días, han manifestado su asombro ante la posibilidad de que el Gobierno italiano de la nacionalista Giorgia Meloni se esté encargando personalmente de dedicarle una placa a Antonio Gramsci (Ales, 1891–Roma, 1937), fundador del Partido Comunista Italiano (PCI) detenido por el régimen fascista de Benito Mussolini. En un comunicado hecho público recientemente, el ministro de Cultura italiano, el periodista Gennaro Sangiuliano, ha subrayado la importancia de dicha placa para honrar la memoria de Gramsci, «perseguido injustamente por el fascismo debido a sus ideas».
El ministro de Cultura ha confirmado que su ministerio se encargará de correr con los gastos vinculados a ensalzar la figura del intelectual transalpino. La idea, tal como confirma la prensa del país, ha tenido la luz verde incluso del propio partido ultraderechista de Giorgia Meloni, Hermanos de Italia (HDI). La placa en cuestión se colocaría en la clínica donde Gramsci falleció en Roma, pero por el momento la estructura no ha oficializado, al menos públicamente, su respuesta.
Para mayor sorpresa en relación a la vinculación entre Gramsci y Meloni, son familia. Según un reciente estudio realizado por el analista experto en genealogía Andrea Vernetti, son parientes lejanos –aunque no sanguíneos– porque la abuela de Gramsci se casó en primeras nupcias con el hermano de la abuela de la bisabuela de Meloni.
El asombro sigue en la medida en que, en el mismo estudio, Vernetti descubre que en el mismo árbol genealógico entran el ex jefe del Gobierno italiano y hasta un año líder del progresista Partido Democrático (PD), Enrico Letta (2013-2014), y su tío Gianni Letta, conocido hombre de confianza de Silvio Berlusconi y perteneciente al partido de derecha Forza Italia. Es decir, dentro de la misma genealogía: comunismo, socialismo, liberalismo y nacionalismo italiano.
¿Por qué la derecha debería rendir homenaje a un intelectual de la izquierda italiana de tal calado? Una primera pista teórica de este curioso interés de los de Meloni hacia Gramsci la ha ofrecido recientemente Federico Mollicone, responsable de Cultura del partido de la jefa del Ejecutivo italiano: «Desde siempre apoyamos la necesidad de un recorrido de síntesis nacional en el ámbito cultural. Y Gramsci ha sido una de las personalidades más influyentes en la política y en la filosofía del siglo XX. Construiremos un imaginario realmente comunitario«.
A grandes rasgos, hay tres opciones: la primera, que la derecha italiana quiera apropiarse del legado intelectual de Gramsci para hacerlo suyo; la segunda, que quiera ganarse el consenso de los italianos demostrando que puede apreciar las figuras y referentes de las tradiciones políticas adversarias; o la tercera, que en su visión propiamente nacionalista, los de Meloni apunten a reforzar la identidad cultural italiana, que se base también en la recuperación y valorización de todo tipo de figuras intelectuales. Aunque se trate del comunista Gramsci.
Los conceptos «síntesis nacional» e «imaginario comunitario», pronunciados por Mollicone, podrían ir en la dirección de la tercera opción, que implicaría indirectamente también la segunda.
¿Podría ser apropiarse de Gramsci una estrategia de la derecha italiana? Entrevistada por Público, Vera Capperucci, profesora de Teoría e Historia de los Movimientos y Partidos Políticos en la Universidad LUISS de Roma, asegura que «en un contexto en el que todas las formaciones políticas transalpinas tienen un pasado político débil», dado que los actuales partidos en el Parlamento fueron fundados o refundados en las últimas dos décadas, «una hipotética apropiación estaría vinculada a la necesidad de reforzar la identidad de la derecha italiana. ¿Pero con Gramsci?», se pregunta de forma retórica Capperucci, experta en partidos políticos.
«Se trata de una figura tan sumamente ligada a la historia, la tradición y la cultura de la izquierda italiana que su inspiración desde las filas conservadoras rozaría la debilidad», interpreta la profesora. Porque, además, la izquierda en cuestión, recuerda la docente, «ni siquiera se caracteriza por su corte revolucionario, que habría podido tener aunque sea más paralelismos con una determinada derecha».
Otras miradas – Identidad y hegemonía en torno a E. P. Thompson, Laclau y Gramsci
¿Podría ser el consenso electoral el objetivo? «No creo que retomar la figura de Gramsci pueda ser una estrategia acertada por parte de la derecha italiana con tal de aumentar el consenso», admite Capperucci, entre otras cosas porque desde que preside el Palacio Chigi como primera ministra, el partido de Giorgia Meloni, Hermanos de Italia (HDI), se ha mantenido sólidamente en torno al 30% en las encuestas.
La clave podría residir en la naturaleza identitaria de la derecha conservadora de Meloni: «Si Italia fuera un sistema maduro, la propuesta del Ejecutivo podría ser un intento de construir un imaginario comunitario incluyendo figuras como Gramsci, que no pertenecen a la historia cultural de la familia política que hoy gobierna el país».
Si fuera así, advierte Capperucci en tono condicional, «sería un elemento meritorio». Traducido: Meloni y los suyos son tan profundamente nacionalistas y conservadores que considerarían importante proteger el legado político y cultural del fundador del Partido Comunista Italiano (PCI).
El mayor impacto político que Antonio Gramsci ha tenido en Italia y Europa occidental es que fue, precisamente, el fundador del comunismo transalpino: «Ha sido su mayor teórico y donde, con sus clases de filosofía, ha contribuido a la difusión a gran escala del pensamiento marxista en Italia; en la que hasta entonces sólo una élite, que sabía alemán, tenía acceso a sus textos», explica Capperucci. Y añade: «A partir de las traducciones del marxismo en italiano, Gramsci construye las bases filosóficas, ideológicas y políticas de lo que más adelante, después de la Primera Guerra Mundial, será el Partido Comunista Italiano».
Dentro de las especificidades del comunismo de Gramsci es que, desde el punto de vista filosófico, fue defensor de la vía italiana del socialismo, es decir, donde «el comunismo no tenía necesariamente que seguir el modelo soviético» –que en esos años veinte estaba en auge con Lenin y Stalin– y que más bien se sentía identificado «con el socialismo europeo de aquella época», marcado por el periodo de entreguerras: «Siendo así un precursor de un comunismo opuesto al estalinismo, liberando así al comunismo italiano de las características soviéticas protagonizadas por Stalin», como la personalización, el terror, la tiranía, el totalitarismo: «El comunismo de Gramsci no fue totalitario, sino socialista, más democrático», divulga la profesora especializada en Teorías Políticas.
También hay aspectos sociológicos que destacan del pensamiento filosófico de Antonio Gramsci, dado que fue uno de los teóricos del «control social desde abajo» donde la idea era que se pudiera pasar «de las casas a la calle», convirtiendo «lo privado en público», para que la «movilización de las masas» –después de la Gran Guerra que las había perjudicado– exigiera más derechos vinculados al mundo de los trabajadores. La contribución filosófica de Gramsci, así pues, será determinante «en el andamiaje ideológico y cultural que marcará el camino del comunismo italiano que, muchos años más tarde, recogerá Enrico Berlinguer», protagonista del eurocomunismo en la Europa occidental.
¿Hay elementos del pensamiento de Gramsci aplicables a la contemporaneidad? «Hay uno que sí puede podría ser de gran actualidad: la idea de pensar en la sociedad desde una óptica comunitaria. Actualmente nos encontramos ante una sociedad fuertemente atomizada y extraordinariamente individualista, favoreciendo la ruptura de una serie de enlaces sociales», divulga Capperucci, quien añade: «Gramsci, sin embargo, pensaba en términos de enlaces sociales; donde para él no existía una realidad individual que prescindiera de una dinámica comunitaria. El individuo era tal porque también se sentía parte de una comunidad», en sentido amplio.
La idea de comunidad, para la docente experta en política, es «un elemento que hoy falta en la actualidad» a nivel nacional, pero sobre todo a nivel supranacional e internacional –piénsese en la relativa influencia de la Unión Europea (UE) o de las Naciones Unidas (ONU) en determinados ámbitos–.
Si la idea comunitaria se desarrollara más en las sociedades actuales, también a nivel político, «se podrían favorecer sentimientos de pertenencia mucho más sólidos«. El concepto de comunidad es hoy «el elemento más débil y que sería necesario recuperar», concluye la profesora de Teoría e Historia de los Movimientos y Partidos Políticos.
Antonio Gramsci fundó en 1921 el PCI, la formación comunista más importante de Europa occidental durante décadas. En 1924 fue elegido diputado, mismo año en el que fundó el conocido diario de izquierda L’Unità como periódico oficial del PCI. Fue detenido por sus ideas políticas en 1926 y en 1928 fue condenado por el régimen de Mussolini a veinte años de cárcel sobre la base de conspiración e incitación al odio entre clases. A partir de 1934 pasó a una clínica, lugar en el que sus ya graves condiciones de salud empeoraron y donde, en un régimen de libertad vigilada, falleció en 1937. Actualmente, es considerado uno de los intelectuales italianos y europeos más importantes del siglo XX.